lunes, 27 de junio de 2016

Han pasado ya seis o siente años desde que empecé este blog y desde que empecé a ser una más de los muchos deudores que tienen los bancos, no lo digo con orgullo, no,  no me enorgullece haber sido una más de las muchas personas a las que han perseguido los cobradorcillos por cielo, mar y tierra con sus amenazas de cárcel y de embargo; de lo que si me enorgullezco, y mucho, es de nunca haber caído en las engañifas de los despachos de cobranza, ni en las de aquellas empresas que prometen "ayudar" a saldar la deuda con un gran descuento, descuento que de todas formas hacen los bancos ya cuando ha pasado mucho tiempo de tu deuda. Durante estos años aprendí muchas cosas, una de ellas es la de saber "torear" a cobradores engañosos, a despachos regañones y a una que otra amistad que con aires de superioridad me llegó a decir "pero como fue que caíste en esto" ganas me daban de contestarles -pues nada, me metí en esto porque quería saber que se sentía ser deudora- es obvio que hay muchas y muy diferentes circunstancias que lo llevan a uno a caer en esto entramados de los cuales ya ni siquiera vale la pena acordarse.
Recuerdo que por aquella época sentía un miedo terrible a todo, me daba pánico  hasta entrar a un banco porque sentía que en seguida llegarían un par de policías para llevarme directo al cadalso a ejecutarme sin el menor miramiento, pero ya todo ha pasado, todavía llega una que otra carta de algún despachin despistado que insiste en querer asustarme con el fuego eterno del infierno si es que no pago mis deudas, pero yo sigo en lo dicho, cuando pague mi deuda será directamente en el banco, ni un centavo recibirán de mí esos despachos de cobranza que me hicieron la vida miserable por lo menos los dos primeros años que tuve de deudora.
La semana pasada sucedió algo que me hizo mucha gracia, me llamó por teléfono un banco X para decirme que tenía un buen historial bancario y me ofrecían una tarjeta de crédito ¡¡Dios!! no doy crédito ¿que habrá pasado? un día de estos me vuelvo a meter a verificar en el Buró de Crédito para saber si alguno de tantos santos que he invocado me hizo el milagro de dar borrón y cuenta nueva.
Así las cosas todavía sigo aquí, no me tuve que aventar a las vías del metro ni vender mi alma al diablo.

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